EL MOHAN

Algunos lo describen como un indio viejo, cubierto de musgos, de uñas largas en forma de lanza, que vive en las montañas, en los playones de los ríos, en las rocas cercanas a las quebradas y en la ciénagas. Tiene el cuerpo peludo y con una cabellera tupida que le cae sobre la espalda. Sus ojos son de color rojo encendido, con un brillo intenso, que dan apariencia de dos brasas encendidas. Tiene boca grande, dientes enormes, tez quemada por su exposición al sol, barba tupida y cabeza gigantesca. En general, ofrece un aspecto demoníaco.

Este ser mítico, así llamado, es considerado por casi todos los campesinos como la deidad masculina de los ríos. Es juguetón y libertino, dicen los pescadores, a quienes les enreda el anzuelo o la atarraya, les daña el copón, les arranca las estacas, les corta el hilo de la tola o del balandro. Acostumbra, cuando el día está calentando, tomar el sol cerca de las peñas alrededor de los charcos donde guarda o cuida tesoros consistentes en piedras preciosas; por esta razón, las lavanderas, a quienes gusta perseguir, deben madrugar a su oficio para evitar el encuentro.

El Mohán, dicen, influye en las crecientes y, como se siente dueño de los ríos, riachuelos, arroyos y quebradas, ataca o toma del pelo de manera de advertencia a quienes invaden su dominio; por ello tiene a los pescadores en su mira, a quienes no solamente hace bromas pesadas sino que, en muchas ocasiones, les voltea la canoa, los ahoga y los devora cuando persisten en invadir sus pertenencias.

A más de ser enamorador y obsequioso con las adolescentes, a las que persigue a toda costa, el mohán sabe de brujerías y es gran fumador de tabaco; por eso, para entretenerlo o calmarlo le dejan en sus dominios paquetes de cigarrillos y puchos de sal, que también apetece.


El Mohán puede transformarse en oso, león o tigre, según las circunstancias